En marketing y en la vida, la percepción tiene mucho más peso que la objetividad. Todos vemos lo que queremos ver, reaccionamos a estímulos y nos quedamos con esa idea, difícil de cambiar. Un ejemplo de esto es ir al médico. Desde que somos pequeños podemos percibirlo de una forma u otra, con temor o con confianza de que nos va a cuidar.
Lo mismo ocurre con los productos y servicios, depende más de la percepción de un cliente que de la marca en sí, porque a fin de cuentas son los consumidores los que adquieren lo que otros venden, pocas veces basados en algo diferente a su propio instinto. Claro, hay varios que investigan, que buscan conocer objetivamente los pros y contras de todas las opciones y luego de eso, eligen. Pero eso requiere un esfuerzo, que el cliente acostumbrado a satisfacer sus necesidades en seguida no se tomará el tiempo de hacer.
Al final esa batalla por ganar la atención de un potencial consumidor no va a depender del producto y que tan bueno sea este, sino de cómo lo vea con su muy particular cristal. La verdad es relativa y una persona sólo confiará en lo que ella misma crea la mayor parte de las veces. Esto no quiere decir que las estrategias no funcionen, al contrario. Sin embargo la ley de la Percepción nos dice que el error consiste en crear campañas a través de un universo objetivo, de una realidad absoluta, porque ¿a mi quién me asegura que esa y no lo que yo veo desde mis ojos, es la verdad?
Claro que no se puede complacer a todo el mundo, sin embargo es aquí donde entra ese concepto de “el cliente siempre tiene la razón”. Dentro de su percepción, la tiene. Y no va a cambiar, por ello las campañas deben ser cuidadosas con las señales que envían, a fin de, tal como se mencionó en la ley de la Mente, poder implantarse de manera positiva en la cabeza del cliente. Porque con la primera imagen que tengan de su producto, es con la que se quedarán, probablemente por mucho tiempo.
